Ellos llegaron a la vida de Édgar Rentería cuando el futuro era incierto y muy oscuro. Mucho antes de los flashes de las cámaras y de las entrevistas. Cuando no era más que el pequeño Arracacha. Uno más en el joven equipo Willard-11 de Noviembre. Nurys Fuenmayor, Boris Villa y Jorge Linero son tres de los amigos de toda la vida, cada uno a su manera cuenta la historia del hijo de Visitación, del más grande de los beisbolistas colombianos. Junto a Rentería recorrieron los escalones del reconocimiento mundial hasta llegar a lo más alto, pero como él nunca han dejado de ser esa pequeña familia y grupo de amigos que se reunía a ver jugar a los pequeños en el playón de arena amarilla frente al Estadio Tomás Arrieta, antes que el estadio menor 11 de Noviembre existiera y antes que todo esto pasara.
Nurys Fuenmayor de Ortega, aunque no tiene clara la fecha, dice que tiene en la mente grabada la imagen de la primera vez que vio a Édgar con el uniforme del equipo Willard-11 de Noviembre, el primero en su vida. “Con el patrocinio de Ana Peláez sacamos el equipo juntando a los muchachos del barrio. Era una especie de sancocho beisbolero: Pan de Sal, Boca e’ Sopa, Garrafón, Casiloco, Arracacha, y otros apodos más que no recuerdo, pero cada pequeño tenía uno”.
Fuenmayor dice que la cara de niño bueno contrastaba con lo inquieto que era. Cada rato se cogía a golpes con su hijo Oswaldo porque Arracacha se tomaba, antes de empezar el juego, la mitad del tanque de agua de panela que preparaban para el equipo. “Si nos descuidábamos se lo acababa de un solo trago, era que no se le quitaba el hambre”.
Una vez se partió uno de sus brazos y no había como llevarlo a que lo revisaran, entonces el entrenador Boris Villa empezó a hacer una recolecta, de casa en casa, entre los vecinos y los miembros del equipo para conseguir la plata de la clínica. En el año 1987 el mismo Boris Villa funda su propia academia de béisbol y la única hora disponible para que los niños practicaran en el Estadio Tode más Arrieta era de 1 a 2 de la tarde. “Cuando yo iba bajando para el entrenamiento lo encontraba descalzo jugando parqués en la esquina de su cuadra y casi a regañadientes me lo traía para el estadio”. Villa cuenta que no era tan bueno todavía pero su contextura física lo ayudaba a sobresalir. “Tenía movimientos sueltos que poco a poco fue puliendo”, dice el hoy mánager de Los Caimanes de Barranquilla.Por eso ya es clásica la historia de Rentería con el fútbol.
Villa dice que cuando ya había comenzado a verle destellos de profesional se le perdió de los entrenamientos. “Duró como dos años en que sólo pensaba en jugar fútbol. Pasaba metido en la cancha de La Aduana y se volvió un famoso delantero del equipo El Proveedor Naval. Como ya se ha dicho, a su hermano Édinson le debemos haberlo salvado para el beisbol”.
Entre sus viejos amigos Rentería tiene fama de haber sido tremendo, tirador de trompadas, contestón, rebelde, busca pleitos, y amante del dominó y del parqués pero hoy muy pocos hablan de eso.“Cuando tenía 13 años lo llevé a una selección Colombia que jugaba en Cartagena, lo dejé con los directivos de la Federación de Béisbol, pero cuando llegué a Barranquilla lo encontré en las afueras del Tomás Arrieta y me dijo que se había venido porque allá se aburría”, dice Villa.
Sentado junto a Villa, Jorge “Pirringo” Linero se empina la décima cerveza de la tarde, desde ayer no ha parado de celebrar por el triunfo de su amigo. Las palabras se le enredan cuando quiere decir algo del big leaguer. Cada rato se agarra la camisa negra de Los Gigantes que Rentería le trajo de San Francisco, aprieta el escudo con su mano izquierda y le estampa un beso. “Los que lo conocemos de verdad sabemos lo ‘gigante’ que es. Es que Arracacha sí ha sabido dar la pelea”.