La Sierra Nevada de Santa Marta y su zona de amortiguación llevan años a merced de grupos armados ilegales que se disputan el control del territorio para el narcotráfico y la extorsión. Esta es la historia de Wilton Orrego León, un operario de Parques Naturales Nacionales, asesinado por defender la tierra.
Amilcar pasó en la moto frente al negocio de Wilton, todavía no eran la siete de la noche. Como bajó la velocidad, alcanzó a ver en el rostro de su hijo el dibujo de una sonrisa o algo así. Estaba sentado muy cerca del borde de la carretera. La memoria le falla, no tiene muy claro si le dijo adiós con la mano. Esa imagen fugaz y las palabras de una conversación que sostuvieron, quince días antes del asesinato, son de los últimos recuerdos que atesora de su muchacho mayor, el heredero principal del amor por la naturaleza. En cualquier momento de la noche o del día, esas dos secuencias le dan vueltas en la cabeza y le espantan la tranquilidad y el sueño. Le duelen como, dice, “sufre la Sierra Nevada de Santa Marta cuando le arrancan un palo vivo”.
La vida de Wilton Fauder Orrego León fue construida con respeto total por el campo. Durante su niñez fue una sombra menor de su padre, ya que solía acompañarlo a trabajar durante el jornal en la roza. Amílcar identificó en él esa pasión que es reservada a los campesinos naturales, por eso cree que desde un inicio caló en el pequeño el mensaje de valorar la tierra y de sentirse orgulloso de trabajarla. Esa es la mejor vida, está convencido, a pesar que por defenderla hoy su familia está incompleta.
La vida, sin embargo, se ha empeñado en convertir a los Orrego León en eternos errantes. Cada vez que creen que han hallado un lugar, un pedacito de tierra que por fin les pertenece, el mundo los sacude, los obliga a recoger lo poco que hay y a buscar refugio en otro lado. Así le tocó a Amílcar desde los 8 años cuando salió de Antioquia y empezó a rodar por el país. Esas travesías iniciales lo llevaron a las sabanas de Sucre y Córdoba, después fue obrero en la construcción de túneles en la ruta Cali – Buenaventura. En 1971, con 27 años, llegó al sector de Quebrada del Sol, en el Magdalena, y luego cortó madera en Rioancho, en La Guajira. Ya junto a su mujer, María León Prado, se instalaron en Mingueo. Allí nacieron los cuatro hijos mayores de la pareja, empezando por Wilton.
Debido a las constantes mudanzas, los pequeños no avanzaron mucho en los estudios. La situación económica tampoco ayudaba y Wilton asumió el trabajar como un camino necesario para subsistir. Así se le fue la adolescencia y pasaron los años. Terminó laborando en la zona bananera. Conoció a Saida García y se casó. Con lo poco que le quedaba del pago en los cultivos de banano incursionó en el comercio. La venta de carne de cerdo resultó rentable, en una buena época llegó a comercializar hasta 70 arrobas mensuales.
Wilton aprovechó una invasión que hicieron algunos desplazados en la zona de la entrada del trupillo, antes de Don Diego, sobre la Troncal del Caribe, y se quedó con dos pequeños lotes. Le cedió uno a su padre para solucionarle la falta de vivienda, porque a Amílcar ya le habían pedido el pedacito de tierra que le había cedido años atrás el comandante paramilitar Hernán Giraldo. Junto a María, armaron un cambuche con cuatro estacas y un plástico de tres metros que compraron. Durmieron en una colchoneta varios días. Con el tiempo le hicieron mejoras, ahí construyeron la casa.
La Sierra Nevada es un complejo montañoso muy importante que abarca tierras de Magdalena, Cesar y La Guajira. Y sus zonas bajas se incrustan hechas peñascos y arena blanca entre las aguas cristalinas del Caribe. Dentro de este territorio, donde la naturaleza parece que le hace magia a los ojos, están el Parque Natural Tayrona y el Parque Natural Sierra Nevada, que juntos suman 398.000 hectáreas. En sus picos nacen 36 ríos que abastecen a un buen porcentaje de habitantes de esos tres departamentos. En medio del bosque está la Estrella Hídrica de San Lorenzo, punto de origen de 11 corrientes de agua de las que depende directamente Santa Marta y otras poblaciones, de allí la importancia de la conservación y cuidado del bosque alto andino, el bosque subandino y el hielo de los nevados.
Conocer la forma en que la Sierra Nevada funciona ha sido punto importante desde la llegada de los primeros grupos de agricultores que la empezaron a explorar a finales de la década de 1930. La familia de Amílcar y Wilton pertenecen a generación posteriores, pero sus historias de vida han estado ligadas a los diferentes procesos de esta tierra y su explotación.
En los años 90 se determinó que cerca del 85% de los ecosistemas de la Sierra Nevada habían sido alterados y que solamente quedaba alrededor de un 15% del bosque nativo, debido a las transformaciones sufridas con el cambio del uso del suelo, que ha pasado por la bonanza marimbera, la bonanza cocalera y la agroindustria extensiva, hasta llegar ahora a cultivos como cafetales, palma, banano y muchos más de pan coger. Todos esos procesos han determinado el estado actual.
La Sierra es también el hogar ancestral de cuatro comunidades indígenas: los Wiwa, los Arhuacos, los Kogui y los Kankuamos. Y muchas comunidades de campesinos y colonos que han llegado allí por diferentes motivos, algunos relacionados con fenómenos de la violencia. Hay grandes colonias de Santander, Antioquia y Tolima. En resumen, posee una diversidad cultural tremenda. Pero, desde el 2010 empezó a ser muy atractiva para la inversión extranjera por el desarrollo turístico y esto se ha convertido en una de las nuevas amenazas, porque ha tenido un crecimiento desenfrenado y, en paralelo, se han fortalecido estructuras paramilitares que se lucran de la nueva bonanza.
En medio de la nueva lucha
Wilton entró a trabajar en Parques Nacionales Naturales (PNN) en los mismos días en que a Amílcar lo escogieron como representante campesino del sector de La Lengüeta, una extensión de tierra del Parque Sierra Nevada que es reclamada por varias comunidades, entre estas los pueblos arhuacos y koguis. A pesar de su amor por la naturaleza, al padre nunca le gustó esa decisión, prefería que su hijo se dedicara a sus actividades comerciales ya que sabía los riesgos que vivían los operarios ambientales en la región por la presencia de grupos armados ilegales.
Pero a Wilton las deudas por negocios infructuosos recientes lo habían acorralado y el sueldo como operario era un camino seguro para ir cuadrando la economía familiar. Desde un primer momento se destacó por su compromiso con el trabajo. Sin embargo, las acciones cotidianas con residentes dentro del parque le empezaron a granjear pequeñas enemistades, pero nada de lo que creyera debía preocuparse. Nunca dijo haber recibido alguna amenaza ni sentirse en riesgo.
A finales de diciembre de 2018, en esa última conversación que tuvieron Amílcar y Wilton, el padre le había pedido que se saliera de ese trabajo y el hijo le había prometido que trabajaría solo un año más para darle una estocada final a las deudas.
El 14 de enero de 2019, mientras estaba sentado en una mecedora en la puerta de un negocio de artesanías que tenía junto a Saida, sobre la carretera, fue abordado por un hombre que le propinó tres disparos en la cabeza.
Amílcar y María sintieron los disparos mientras reposaban en la sala de la casa. Eran, más o menos, las siete y treinta de la noche. La mujer, presintiendo algo, le pidió a su esposo que se asomara. Aunque se negó al comienzo, el hombre salió a averiguar solo con la intención de quitarle la inquietud a su esposa. En el corto trayecto de la casa a la carretera alguien le dijo que le había pasado algo a uno de sus hijos, Amílcar pensó que se trataba del menor. Cuando llegó al lugar vio que estaban embarcando a alguien en una camioneta. La hija de Wilton, una adolescente, también llegó en ese momento.
Primero lo llevaron al puesto de salud de Guachaca, pero allí no había nada para atenderlo. Lo sentaron en una silla. La policía no lo dejaba sacar hasta que no llegara la ambulancia. Pasó casi una hora desde que le dispararon. En medio del desespero, Amílcar lo subió a la camioneta del pastor de una iglesia en donde Wilton se congregaba. En la vía hicieron una parada y lo pasaron, por fin, a una ambulancia. “Le sostenía la cabeza con una mano y con la otra le aguantaba el cuerpo para que no se cayera al piso. La sangre le salía a chorros. La esposa le limpiaba los coágulos de la boca. Agonizante, Wilton solo pedía que oraran. Llegó sin signos vitales al Hospital Julio Méndez Barreneche en Santa Marta”.
Amílcar dice que su hijo murió de una forma muy vil y está convencido que lo mataron por hacer bien su trabajo, por cumplir las exigencias, pero cree que la misión que tienen los operarios de PNN va en contra de la forma en que vive la gente que está dentro del parque. Desde cosas sencillas, como decirles que no podían tumbar árboles, hasta comunicar la construcción de pozos o realizar operativos de desalojo. “Hay campesinos que tienen más de 50 años ahí o muchas veces no se sabe quién está detrás de una tierra. Él tenía que reportar todas esas cosas. Entonces a ellos los ven como unos sapos”.
En medio del dolor, en las horas posteriores al crimen, Amílcar hizo averiguaciones. Supo que días antes Wilton participó en operativos de control en la zona de Marquetalia, donde históricamente ha habido presencia de grupos ilegales y dónde tienen tierra empresarios poderosos. También descubrió que el hombre que, supuestamente, le disparó a su hijo había vivido cerca y antes le compraba carne.
Lo primero que pensó fue en ir a buscar a Jesús María Aguirre, alías Chucho Mercancía, en esos días máximo cabecilla de la organización delincuencial conocida en ese momento como Los Pachencas. La idea no lo dejaba dormir. Tenía que ir, incluso sabiendo que ponía en riesgo su vida. No estaba dispuesto a quedarse con la duda de preguntarle por qué habían matado a Wilton. Qué era eso tan grave que su hijo pudo haber hecho para que no le dieran la oportunidad de dejarlo ir o de recibir una advertencia, como había pasado en otros casos.
Como en la Sierra Nevada dicen que hasta los árboles y las piedras tienen oídos, en una de las noches de la velación de Wilton, un hombre llegó donde Amílcar para decirle que “lo mandaban a buscar de arriba”. Sin dudarlo, el padre subió la Sierra hasta el lugar en donde lo esperaba Chucho Mercancía. El delincuente lo saludó de mano. Lo intento abrazar y le dio el pésame. Lo había mandado a buscar para pedirle excusas, explicarle que había sido una equivocación, que él sí había dado una orden, pero era para matar a un hombre conocido con el apodo de Marrano, otro vecino de la población. Amílcar no le creyó.
“¿Cuántos grupos de hombres mandan ahora mismo en esta zona?”, le preguntó con rabia. “Solo uno, el nuestro”, le contestó Chucho. “¿Y quién lo comanda?”, contrapunteó Amílcar. “Usted no sabe que si el soldado de una patrulla hace algo bueno los méritos son para el comandante y si hace algo malo también la deshonra es para el comandante. Los errores se pagan con la vida, con plata y con cárcel. Descartemos la plata, pero hagamos justicia, entrégueme al tipo que le disparó”. Chucho le pidió dos días de plazo para una respuesta. Amílcar se arrepiente de haber aceptado el trato.
Verdades difusas
Durante años el silencio se ha paseado a sus anchas por las oficinas gubernamentales de Santa Marta. Siempre ha sido difícil conseguir declaraciones, como una epidemia de bocas mudas. Es casi imposible que alguien hable del orden público en la Sierra Nevada. Y quien se atreve a decir algo lo hace con eufemismos. Nadie tiene algún comentario sobre las sospechosas relaciones entre las empresas operadoras de turismo del Parque Tayrona y los grupos armados ilegales. Mientras tanto, los asesinatos y otros delitos siempre han estado ocurriendo.
Por su ubicación geográfica estratégica, la Sierra Nevada es utilizada como un corredor para sacar la droga que viene de otro lado. Esto se da a través de los puertos de Ciénaga, Santa Marta y Dibulla. Para hacerlo los grupos delincuenciales deben tener penetración y control sobre el territorio. Es una fórmula clara de su presencia.
Fuera de los despachos. En voz baja. Cuando las grabadoras se apagan, las historias saltan a borbotones en los pasillos de las oficinas y en los labios de los pobladores y trabajadores de la llamada zona de amortiguación de los parques. El balance es negativo desde el 2006, año en que se dio la desmovilización paramilitar a través de la Ley de Justicia y Paz o Ley 975, que durante un buen tiempo controlaron el territorio, usando el miedo como arma principal. Nunca se llegó a una etapa de postconflicto. No ha pasado un solo minuto sin presencia de alguna agrupación armada. En 16 años ha habido igual número de estructuras violentas en el territorio, que han asesinado, desplazado, extorsionado y generado dinámicas de conflicto.
En la actualidad hay un riesgo mucho mayor porque hay muestras de una disputa entre tres partes. Por un lado, siguen los herederos de Hernán Giraldo, que mantienen activa la Oficina Caribe, un brazo armado que ahora se denomina las Autodefensas Conquistadoras de la Sierra Nevada (ACSN) y es conocido entre las autoridades como Los Pachencas, y que según la Defensoría del Pueblo ya tienen presencia desde la zona de Mingueo (Magdalena) hasta Pueblo Bello (Cesar), sobre la franja que corresponde a los parques. Además, está la estructura de alías La Silla, un grupo mafioso que domina la salida de droga a través del puerto de Santa Marta. Y también sigue en su lucha el Clan del Golfo, con todos sus nombres, que tiene una alianza con el cartel de Sinaloa, lo que podría reactivar una nueva bonanza de coca en la región, como la vivida entre 1996 y 2003. Aunque es cierto que la producción ahora es mínima, pero la dinámica del narcotráfico sigue activa.
Uno de los pocos que se atreve a alzar la voz es el investigador y docente de la Universidad de La Guajira, Lerber Dimas Vásquez, quien, contrario a todos los reportes institucionales, cree que el principal problema que tiene esta zona de parques naturales es, claramente, esos grupos armados ilegales, sin importar el nombre que se les dé, porque a través de sus actos delictivos ejercen presión y moldean la vida cotidiana alrededor de una cultura ligada al paramilitarismo. Lo sabe, dice, porque recorre la zona seguido. A pie, en moto. Solo o rodeado de grupos de estudiantes. “En el camino la gente va botando datos, echando historias”.
Los asesinatos de Wilton y de la líder Maritza Quiroz, en Bonda, hace más de tres años, son dos de los tristes hechos que dibujan la radiografía actual de la Sierra, porque el mensaje era decir que los paramilitares son los que mandan, como lo han hecho en más de cuatro décadas en las tierras del Tayrona, del Sierra Nevada y el parque arqueológico Teyuna. Pero, ahora ningún vocero de las instituciones responsables se atreve a dar un diagnóstico certero.
El factor económico es el principal motor de la guerra en esta región y la extorsión juega un papel fundamental en el flujo de caja de los grupos ilegales. “Aquí extorsionan a todo el mundo. Desde a la propia organización de Parques Naturales, hasta al dueño de una pequeña tienda”, asegura Dimas Vásquez. Lo que ha variado es la modalidad cómo se cobra. En estos días lo que se usa es concertar con los comerciantes el precio de los servicios y los bienes que se ofrecen a los turistas. Un miembro del grupo armado llega a un restaurante, se reúne con el dueño y sacan las cuentas de cuánto cuesta producir un almuerzo de menú tradicional, pescado frito, arroz, ensalada y bebida, incluyendo la ganancia. Si la cuenta da 18 mil pesos, por ejemplo, el paramilitar le ordena venderlo en 25 mil pesos y ellos se quedan con los 7 mil del incremento.
Cada fin de semana la gente le paga a los taquilleros o cobradores que se ubican en un sector especifico. Sin embargo, casi todo el mundo lo niega. “La gente no siente que los están extorsionando porque no les afectan sus ganancias, sino que la plata sale del bolsillo del turista y va directamente a las finanzas del paramilitarismo”, dijo el administrador de un pequeño hostal, después de insistirle en el tema y porque es mejor no hablar de eso, un par de palabras pueden ser un precio más caro que una vacuna.
El flagelo va más allá y está amparado en un supuesto servicio de vigilancia. En otros puntos cercanos al parque cobran por ingresar a sitios más lejanos, por dejar pasar a los turistas y hasta por la circulación de motos y carros. Así lo contó el dueño de una finca en el sector de Calabazo, en la entrada a El Pueblito, en donde los paramilitares, desde hace varios meses, instalan retenes en la vía. “Usan antiguas asociaciones de habitantes para tener controlado el sector. Es muy obvio que las autoridades son conscientes de lo que está pasando. Hay una alianza fuerte que incluye a gente de Parques Naturales, dirigentes, representantes indígenas y paramilitares. Incluso cuando se vende un terreno o una finca grande hay que pagarles una comisión. Esto lo hemos denunciado, pero nadie hace nada”, explica.
El recrudecimiento de la violencia es innegable. Para la muestra, el caso del asesinato de los esposos Nathalia Jiménez y Rodrigo Monsalve, el 20 de diciembre de 2019, cuando se dirigían a las playas de Palomino; y después el de John Jair Benítez y Sandra Milenis Marín, quienes fueron sacados de su casa por hombres encapuchados el jueves 27 de febrero de 2020, en el sector de Quebrada del Sol. Coincidencialmente, en ambos crímenes, los cuerpos fueron hallados en inmediaciones de la vereda Perico Agüao, un lugar sobre la Troncal del Caribe, fronterizo entre los departamentos de Magdalena y La Guajira y zona que, junto a Buritaca y Guachaca, conforman un triángulo con absoluto dominio paramilitar.
La corriente que empuja esta ola de violencia actual es fácil de identificar. Según fuentes consultadas, en el último tiempo han regresado a la región 18 exparamilitares de alto rango después de cumplir sus condenas por Justicia y Paz. Algunos de ellos siguieron inmersos en actividades delictivas, pero ahora deambulan amparados en esquemas de vigilancia suministrados por la Unidad Nacional de Protección. Entonces, esa reorganización es un riesgo que supone una desestabilización del conflicto. “Usan las armas y los vehículos asignados por el gobierno para delinquir”, señala el dueño del hostal.
Otros dos motivantes económicos hacen girar las taquillas ilegales en la zona. ‘El nuevo oro verde’ es uno de ellos. Y el otro, los puntos estratégicos para la movilización de hombres y mercancías. Se usa el primer término para referirse a zonas potencialmente turísticas y que puedan llegar a producir un dividendo para la estructura armada. De ahí que se hayan venido apoderando de los mejores lugares, como las laderas de los ríos o cercanías a la playa, donde se pueda dar la inversión. Eso está anclado en la falta de un Plan de Ordenamiento Territorial efectivo que regule la compra y venta de tierras, y el desgobierno. Para la muestra está Marquetalia, un predio entre Buritaca y Don Diego que ha tenido múltiples líos ligados al narcotráfico y a los paramilitares, y que terminó vendido por lotes ya que está en una zona estratégica con bellas playas y salidas al Cesar y La Guajira. Allí señalan que tienen propiedades desde un reconocido excapitán de la Selección Colombia de fútbol hasta empresarios de Bogotá.
“Plata no se come”
Mientras los remolinos del crítico orden público parecen enredar a todos, la nueva concesión para la administración del Parque Tayrona naufraga entre demandas porque un sector de las comunidades indígenas pide ser tenido en cuenta. Aviatur, el concesionario anterior que lo administró 15 años, en cabeza del empresario Jean Claude Bessudo, decidió no participar en el nuevo proceso argumentando “hostilidad”. Pero en la zona, la opinión sobre su gestión está dividida. En las oficinas de PNN la catalogan como buena y entre las comunidades aseguran que fue mala porque “se aprovecharon de los recursos del parque y no hubo real reinversión”.
Lina Barbosa, gerente de la Fundación Pro Sierra Nevada, una organización que trabaja en proyectos de conservación sobre el territorio cree que más allá de quien se quede con la nueva administración por 23 años, este debe tener como prioridades un plan de incentivos para que las comunidades tradicionales puedan conservar sus tierras y las sigan cuidando, un plan de manejo de residuos sólidos para que las fuentes hídricas no sigan siendo usadas como cloacas y un control real a la deforestación. “La gente necesita de la institucionalidad para poder organizarse. Los ríos son sobre explotados. Falta educación ambiental. La situación es una bomba de tiempo, dentro de poco no vamos a ver bosques en la Sierra”.
La segunda cita entre Amílcar y Chucho Mercancía nunca se dio. El 17 de junio de 2019, el cabecilla de Los Pachenca fue abatido, junto a alias Mario, su hombre de confianza, en la misma Sierra Nevada donde por varios años fue el amo y señor. Según el reporte oficial, hombres del Comando Jungla de la División Antinarcóticos de la Policía llegaron hasta el lugar montañoso en que se encontraba gracias a un informante y le dieron de baja en medio de un enfrentamiento.
Frente al hecho Amílcar prefiere no hablar de venganza sino de “poder divino”, para explicarlo cita el versículo 12 del capítulo 14 del libro de Romanos de la biblia cristiana. Pero enseguida dice que Wilton no ha salido de su mente, le parece doloroso que en este país a la gente la maten por ser cumplidores en el trabajo. Y lo indigna que la investigación del caso de su hijo sea un tumulto de papeles más entre las montañas de expedientes de crímenes que se apilan en el olvido.
Desde 1994 hasta la fecha, seis funcionarios de PNN han sido asesinados en la Sierra. En noviembre del año pasado el director del Parque Sierra Nevada, Ignacio “Tito” Rodríguez pidió asilo en Canadá porque estaba amenazado de muerte. La situación no es exclusiva de esta región, en muchas de las reservas naturales del país los operarios y contratistas trabajan bajo amenazas.
Amílcar cree que violencia y medio ambiente van de la mano, que no se pueden separar los dos temas. Está convencido, como Lina Barbosa, que a nuestra gente le falta educación ambiental. Explica que la Sierra es uno de los pulmones del mundo, que lo tenemos que cuidar y no es justo que se lo quieran entregar a las multinacionales del turismo y que los líderes tienen que rechazar las tierras que están en extinción de dominio. Las frases y las ideas se le entremezclan en un grito potente: “Estamos mamaos de ser desplazados, qué le vamos a dejar a nuestros hijos. Sin agua no hacemos nada. Plata no se come. Armas no se comen. Cocaína no se come”. Toma un poco de aire y sigue hablando en nombre de Wilton.
Cortesía